Hijas de la luz del norte by Christine Kabus

Hijas de la luz del norte by Christine Kabus

autor:Christine Kabus [Kabus, Christine]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Intriga
editor: ePubLibre
publicado: 2014-02-14T05:00:00+00:00


25

Kautokeino-Oslo, febrero de 2011

Nora se arrastró hasta los árboles y se apoyó en un tronco. Aparte de sus jadeos, que sonaban como sollozos, reinaba el silencio. Le temblaban las piernas. Nunca se había sentido tan extenuada y débil.

Una sombra oscura apareció en su campo de visión. No era una persona, tenía cuatro patas. Nora se quedó atónita: ¿un lobo? Aguzó la vista e intentó distinguir en la penumbra qué era lo que se movía. Parecía solo un animal, no una manada. Se dirigía hacia ella. Nora agarró un bastón y lo levantó como si fuera una lanza. Si era un lobo dispuesto a atacarla, estaba perdida, pero tampoco se dejaría devorar mansamente. Afianzó las piernas para tener buena estabilidad.

Sabía que en el norte de Europa había naturaleza virgen y animales salvajes como osos y lobos, cosa que siempre le había parecido muy interesante y le gustaba ver documentales televisivos sobre el tema. Sin embargo, nunca habría imaginado verse expuesta e indefensa en un paraje como aquel.

De repente el animal soltó un ladrido. Nora suspiró aliviada: no era un lobo. Al cabo de un instante, la perra de Mielat saltó sobre ella y se puso a lamerle las mejillas.

—¡Algo, bonita! —Nora la abrazó y le rascó detrás de las orejas. Se le llenaron los ojos de lágrimas de agradecimiento.

Algo le dio un empujoncito en las corvas, avanzó unos metros, volvió la cabeza para mirarla y se puso a ladrar. Nora la siguió sin vacilar: el cansancio y la desesperación se habían desvanecido. La perra procuraba estar siempre a la vista y cada tantos metros se volvía para mirarla. Al cabo de media hora llegaron a la orilla del lago, y poco después Nora vio el resplandor de una hoguera. Reconoció varias siluetas: Algo la había llevado con los demás. Bigga fue la primera en verla, le hizo señas de que se acercase, sacó el móvil del bolsillo de la chaqueta y habló un momento.

—¡Nora, gracias a Dios! —Bigga guardó el teléfono y le dio un fuerte abrazo.

Lotta apareció corriendo por detrás de su madre y se aferró a las piernas de Nora.

—¡Teníamos tanto miedo por ti! Papá y el tío Mielat te están buscando por todas partes.

—Llegarán enseguida —anunció Bigga—. Les acabo de informar que has aparecido.

Nora miró al suelo, abochornada.

—Lo siento, ha sido una estupidez.

—¡Y que lo digas! —se oyó de repente la voz de Mielat, que se acercó al fuego, se quitó los guantes y se frotó las manos sobre las llamas. Parecía querer decir algo más, pero se calló cuando Bigga sacudió la cabeza.

—Ahora necesitas beber algo caliente —le dijo a Nora, al tiempo que desenroscaba la tapa de un termo.

Nora tenía las manos tan entumecidas que Bigga tuvo que ayudarla a llevarse a la boca la taza de té. Mielat se ocupó de darle un premio a Algo.

Ealla, que se había mantenido en un segundo plano, se acercó a él sin dignarse mirar a Nora y dijo:

—Qué manera tan rara de hacerse notar. Pero muy eficaz, ya que durante horas no se ha hablado de otra cosa.



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